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Memoria, acontecimiento, objeto y lugar

  • Foto del escritor: Maria del Mar Arellano Rudd
    Maria del Mar Arellano Rudd
  • 2 jun 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 24 jun 2020



RESUMEN


En esta investigación, realizada para ser presentada en la Cátedra Anual de Historia Ernesto Restrepo Tirado, del Museo Nacional, Bogotá, Colombia, se intenta revisar las dualidades espacio / lugar, historia / memoria y relato oficial / múltiples relatos, a partir de las siguientes hipótesis: 1. Los acontecimientos convierten los espacios en lugares, por lo tanto, en “lugares de memoria”; 2. La historia propone un relato oficial único; la memoria se nutre de múltiples relatos. En este texto, se observan esas hipótesis en tres lugares: el histórico Puente de Boyacá, el Puente del Común y el puente urbano de la calle 116 con Avenida Boyacá, en Bogotá. Para concluir, se observan en el graffiti, como ejercicio de memoria efímera; y en el monumento Prometeo de la Libertad, del maestro Arenas Betancourt, en Ciénaga, Magdalena. Finalmente, se intenta una reflexión sobre la presencia del objeto de la memoria, a través de la intervención en el muelle de Puerto Colombia, Atlántico. Palabras clave: Lugar; Acontecimiento; Historia; Memoria; Relatos; Objeto.


INTRODUCCIÓN

En un momento pensamos llamar a este artículo El siglo XXI, el siglo del olvido, ya que hay muchos signos en el ambiente que sugieren que podría ser así. Nos referimos al exceso y a la fragmentación de la información y las imágenes y a la velocidad con que los acontecimientos alcanzan una gran importancia pero son rápidamente olvidados; estos rasgos atentan contra la memoria y fomentan el olvido casi inmediato.

Pero mucho más que a una sociedad hiperconectada, al amparo de una tecnología que confunde velocidad con eficiencia, tememos a las consecuencias que eso puede producir a nivel ideológico: dificultad en la conformación de la memoria colectiva por el fuerte individualismo y la fragmentación junto con las cada vez más rígidas, sesgadas y dirigidas historias oficiales.

Quienes detallamos el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX, sentimos que la memoria es el respaldo de nuestras acciones, los archivos que guardamos en el inconsciente explican nuestra vida y permanecen a la espera de algún estímulo externo que los traiga a la superficie y nos permitan conformar las imágenes, los recuerdos. El título que desechamos para este artículo proviene de la frase con la que el historiador Pierre Nora (1992), autor y director de la obra colectiva Los lugares de la memoria, concluye una entrevista que le realizaron recientemente (Erlij, 2018).

Quisiéramos comenzar el texto con el señalamiento de dos dualidades: una es la confrontación historia – memoria, de la que vamos a hablar más adelante; la otra hace referencia a un discurso muy conocido por quienes trabajamos en teoría de la arquitectura y la ciudad, es la dicotomía espacio-lugar, dos palabras interiorizadas en el habla cotidiana, que expresan las primeras categorías para observar la memoria urbana. A menudo decimos que entre el espacio y el lugar media la vida; con esa frase intentamos mostrar que el espacio se convierte en lugar por los acontecimientos que suceden en él y permiten su reconocimiento y apropiación (Pérgolis, 2018. P.3).

Este proceso de transformación del espacio en lugar como consecuencia de los acontecimientos que ocurren en él implica considerar dos conceptos teóricos: el primero se refiere al “espacio existencial” propuesto por Christian Norberg Schulz (1975, P.16) que define el ámbito1 donde ocurren los hechos de nuestra existencia; el espacio es el contenedor y el marco de referencia de todas nuestras acciones: el lugar. El segundo concepto se refiere a la ciudad como ámbito de la comunidad, por ese motivo las reflexiones sobre la memoria que se hacen en este texto, están referidas a representaciones colectivas2, entendiendo por representación la capacidad de narrar un acontecimiento, es decir re-presentarlo o presentarlo nuevamente. Llamamos imaginario al conjunto de representaciones o representación colectiva (representación que hace la comunidad) de un acontecimiento, una situación o un lugar, incluyendo los lugares de la memoria.

También podríamos hablar de la experiencia y la memoria de la experiencia como señales de lugares que, muchas veces, no podemos representar. Borges, en “Los dos reyes y los dos laberintos” habla del laberinto del rey árabe, “...donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso” (Borges, 1999 P.157), es decir no hay señales físicas de ese lugar con las que se pueda construir un mapa o una representación, solo queda la experiencia de lo vivido y la memoria de las personas que pisaron y recorrieron el lugar. El laberinto, como las ciudades son espejismos que contienen los rasgos de quienes las habitan.

Los acontecimientos, que son las escenas de la vida, crean las imágenes cargadas de sentido que conforman nuestras representaciones3. Por lo tanto, los acontecimientos que definen los lugares son generadores de las narrativas urbanas a través de las cuales nos apropiamos de los espacios, los relatamos y, por estar involucrados en esos relatos, nos asumimos como parte de los lugares4. El siguiente paso en ese proceso de reconocimiento y apropiación del lugar, surge de las prácticas o relaciones que establecemos con él; esta es una instancia que va más allá del significado y la identidad del lugar, expresa un horizonte de sentido: el sentido de la vida en el lugar.

Michel de Certeau (1996, P.87) indica que la narrativa surge de la forma como los habitantes, construyen, viven y usan los lugares de su ciudad, por lo tanto, el lugar sugiere significados y crea sentidos, a diferencia del espacio, que es pesado, discursivo, no relatable porque no contiene acontecimientos. El lugar es depositario y a la vez, productor de memorias; las percepciones que tenemos de los lugares, quedan en nuestro inconsciente en espera de que algún estímulo las despierte y se conviertan en imágenes que son memoria: de allí el acertado título de la obra del historiador Nora: Los lugares de la memoria; o en palabras de Gerard Wajczman: Haber tenido lugar es tener un lugar (Sztulwark, 2006. P.3)

Pero retomemos la otra confrontación que citamos al inicio de este texto: la dualidad historia-memoria: la historia se basa en documentos y fuentes que permiten la reconstrucción de un hecho, señala Pierre Nora (1992, P.26), quisiéramos agregar, para sugerir tranquilidad sobre el alcance los términos: la historia es certera. Como en esta dualidad la relacionamos con la memoria y con el mismo objetivo de crear tranquilidad ante los conceptos, agregamos también: la memoria es ambigua y en ese marco de ambigüedad reside la fascinación y el asombro que nos produce, a la vez que, no podemos negar los recelos y las dudas que sentimos ante la rigidez de la historia de una sola voz...La memoria es afectiva, psicológica, emotiva, juega muchos papeles y no tiene pasado, es un pasado siempre presente.

En la ciudad de Zirma ocurren muchos (e insólitos) acontecimientos, narra Italo Calvino en “Las ciudades y los signos 2”, uno de los relatos que Marco Polo cuenta a Kublai Kan en Las ciudades invisibles (Calvino, 1974, P.30) y enfatiza que “la ciudad es redundante, se repite para que algo llegue a fijarse en la mente. Finalmente cuenta que cuando visitó la ciudad de Zirma tuvo la sensación de haber visto repetidamente los mismos acontecimientos, a diferencia de sus compañeros de viaje que los vieron una única vez y concluye señalando que también la memoria es redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir”.

Michel de Certeau señala que hay relatos históricos y relatos personales. Los primeros intentan ser una narración “real” de los hechos, la interpretación aparece entre líneas (o no tiene cabida) ya que el concepto de realidad se basa en el “gran acontecimiento” y el contexto, con sus relatos menores es excluido. El relato personal contiene la narración de un hecho o evento significativo en la vida de una persona, es una representación individual, pero el conjunto de estos relatos conforma una historia de múltiples voces, diferentes miradas y variadas intenciones, a diferencia de la voz única de la “historia oficial”.

“Hay lugar y ese lugar es condición de la memoria. El lugar es el sitio donde algo tiene lugar, es el sitio del advenimiento, es el terreno donde el acontecimiento es posible. Sin un lugar, nada tiene lugar” indica Pablo Sztulwark (2006, P.3) y concluye: “La memoria urbana construye sus lugares para poder ser, porque haber tenido lugar es tener un lugar”



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