El Muro, Michel Serres y Nicolás Guillén
- Juan Carlos Pergolis
- 17 oct 2021
- 3 Min. de lectura
Es el cumpleaños de un amigo y quiero regalarle un libro; si, un libro, no un bono de la librería para que compre un libro. Pero ¿Qué libro regalar? Michel Serres sugiere un atlas, porque en sus mapas va a encontrar la magia de los recorridos y la sensualidad de la topografía. Imagino a mi amigo con los dedos sobre el mapa, en un viaje alucinado entre sus ciudades más queridas, en las montañas o cruzando el mar sin levantar el dedo del papel del mapa; la sensualidad del recorrido va más allá del papel, está en la imaginación del lector que recorre territorios e inventa lugares, allí donde está la vida.
¿Dónde mora la vida? Se pregunta Serres. La respuesta implica la invención del lugar. Algo propicio y propio de los seres vivos que inventan el lugar en un mundo inerte que sólo conoce el espacio. Sin embargo, el espacio se convierte en lugar por la magia de los acontecimientos, de los sucesos que ocurren en él y le dan sentido. La vida no puede prescindir del lugar, concluye Serres: dime dónde vives y te diré quién eres.
Vivir quiere decir residir; esto es: estar rodeado de una membrana: la residencia, el lugar de la vida. Sin membrana no hay vida, es una afirmación universal de la biología. – Usted nos habló mucho sobre el cobijo y la importancia del techo, la cubierta, dijo un estudiante en medio de la clase, - háblenos de los muros, la membrana que dice Serres, -agregó otro. – El muro, la muralla ¿conoce la canción que canta Ana Belén? dijo una muchacha: “Una muralla que vaya desde el monte hasta la playa, desde la playa hasta el monte, allá sobre el horizonte…”
Los recuerdos explotaron en mil imágenes superpuestas. – La cantaban los Quilapayún a comienzos de los años setenta, intenté decir. - Es un poema del cubano Nicolás Guillén, quise agregar, pero los recuerdos que seguían convirtiéndose en imágenes y amontonándose en mi cabeza me confundían, de pronto la clase se convirtió en un desorden de recuerdos. – La membrana es un límite, como la muralla de Nicolás Guillén… cierra un espacio, lo convierte en lugar, lo protege y como en el poema –o en la canción- permite escoger quién entra y quién no.
Conocer el límite, el borde, nos da seguridad, nos da confianza, pero no se puede negar la emoción que produce enfrentar la monumentalidad de las murallas de Constantinopla o caminar por la muralla de Girona en un atardecer rojizo o pasar la mano por las rugosidades de las murallas de Cartagena. La piel encierra emociones, tocar una piel es descubrir una emoción y las murallas son piel.
La membrana -o la muralla-, crea un aquí y un allá. De esto también habla Serres: un aquí cercano y propio y un allá lejano y ajeno: aquí es mi lugar, estoy yo y está lo mío, allá está lo desconocido, adentro y afuera, aquí y allá. Vamos allá, propone Serres.
Lejano y cercano son categorías espaciales pero su verdadera dimensión surge del tiempo. Porque el tiempo va más allá del espacio, propone transversalidades ¿La perspectiva es el destino en la travesía de la realidad? ¿Adónde nos llevan las mil derivas durante esa travesía? ¿Cómo son las topografías reales y virtuales de estos viajes?
Para terminar, repito lo que dije al comienzo, ¿Qué libro regalaría? Sin dudas, un atlas, para recorrer los mapas con los dedos, pasar sobre las asperezas de las ciudades o entretenerme en la suavidad de los valles.

Cartagena de Indias, la piel, la membrana, la muralla…



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